viernes, 13 de marzo de 2009

El eco de los proverbios / Theodor Reik

A veces ocurre que algo dicho al pasar reaparece después de muchos años como si fuera un eco. Los proverbios y frases idiomáticas escuchados por nosotros en nuestra infancia fueron rápidamente "olvidados": se sumergieron en las regiones más profundas del alma, desde donde reaparecieron sólo mucho después. Las causas que impulsaron a estas frases a desaparecer son tan misteriosas como las que las hicieron resurgir. Y muy frecuentemente no se disciernen los eslabones de enlace en la situación real. Nuestra instrospección no nos recuerda que estamos buscando aquellas frases en nuestra memoria, éstas simplemente reaparecen. Un solo ejemplo demostrará que el efecto posterior de aquellos proverbios casualmente oídos en la infancia es más importante que el recibido entonces, el eco es más significativo que el primer sonido.
En mis investigaciones analíticas mi atención se ha dirigido hacia el efecto de una tendencia psíquica que seguí en sus manifestaciones tanto en los individuos nerviosos como en los sanos. Existe un conflicto entre los fuertes impulsos que surgen por razones biológicas y las fuerzas opuestas originadas por el desarrollo de la civilización, decididas a suprimir y a desplazar a aquéllos. En este conflicto los impulsos prohibidos consiguen por sí mismos una salida inconsciente. Bajo el efecto de las dos fuerzas opuestas aparece una posibilidad de exteriorización y expresión que es reconocible tanto por el contenido, forma y acción transaccional como por una admisión inconsciente de aquellos impulsos ocultos. A las tendencias psíquicas que irrumpen a través de esas acciones transaccionales las he llamado compulsiones inconscientes a la confesión. Su carácter compulsivo se hace evidente en su mayor parte por la naturaleza instintiva de los impulsos originales reprimidos y también por la fuerte presión del reactivo sentimiento de culpabilidad. El esfuerzo para dar expresión a los impulsos reprimidos por la mente consciente había conducido –bajo la influencia de ciertos factores culturales- al desarrollo de compulsiones a la confesión, que exhiben claramente todas las características de su origen y se presentan como algo intermedio entre el encubrimiento y la nueva presentación.
Algún tiempo después de haber formulado mis experiencias y opiniones en el libro Gestandmiszwang und Strafbedürfnis (1925), recordaba repentinamente una de aquellas frases que mi abuelo había usado con frecuencia y que yo había olvidado completamente hasta ese día. Cuando después de una de esas violentas discusiones, mi padre, herido por algunas de las observaciones de mi abuelo, abandonaba la pieza, entonces oíamos que éste, después de suspirar profundamente, decía entre dientes: "Cuando estamos vivos no nos dejan hablar, y cuando estamos muertos no podemos hacerlo". Los niños nos reíamos en secreto pues no comprendíamos más que el sentido literal de este dicho que considerábamos vulgar. No pensábamos que a esta expresión seguía la pregunta: "¿Cuándo, después de todo, está permitido hablar?". "¿Cuándo podemos expresar nuestras opiniones?". Esta frase fue la que me llevó a conocer el desarrollo psíquico de mi teoría de las compulsiones a la confesión, cuyo carácter toma forma de una transacción debida a la cooperación y oposición de hechos biológicos y culturales.
Los sonidos escuchados a nuestro alrededor en la infancia los volvemos a escuchar dentro de nosotros en años posteriores. Pienso que no demostramos bastante sorpresa cuando frases de la época de nuestra niñez retornan después de un gran intervalo; cuando de pronto repetimos las expresiones oídas en años ya muy lejanos y nunca más vueltas a oír; cuando aparecen en nuestras mentes frases que generalmente son familiares a nuestra conciencia y proverbios que habíamos olvidado por completo y que en vano hubiéramos tratado de recordar. Nos sorprendemos exactamente igual como si nos encontráramos inesperadamente después de muchos años con un amigo de la infancia. Nos parece que otra persona hubiera pronunciado esas palabras, y sin embargo fue el YO, o parte del Yo, el que se ha hecho extraño a nosotros. Esas frases medio cómicas y medio serias, dormidas durante largo tiempo en ignotas profundidades de nuestra mente, pueden reaparecer cada vez con mayor frecuencia a medida que vamos envejeciendo. Ellas piden que las escuchemos y las obedezcamos. ¿Cuál es su propósito? ¿Recordar nuestra infancia, o a nuestros padres y abuelos que una vez las pronunciaron? Estas frases nos advierten que nos hallamos en el camino que ellos han seguido. Y nos comunican con nuestros antepasados mucho tiempo antes que nos reunamos con ellos.

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